Ajedrez de Café


Por las tardes hasta el anochecer se juega al ajedrez en el pequeño y modesto “Café-Pott” de Berlín.
Por casualidad entré como un forastero y observé unos grupos silenciosos y concentrados alrededor de un tablero de ajedrez y al mismo tiempo quedé sorprendido de otras mesas con gente ruidosa, que discutían las jugadas, entonces supe, que si quería jugar al ajedrez y medir mis capacidades con otros aficionados, había encontrado mi hogar de esparcimiento.
Pero, en seguida me di cuenta, que todos esos amantes del ajedrez no me permitirían jugar por ser un intruso en su círculo.
Mirando alrededor de las mesas, vi a un viejo con barba blanca, tomando su café y fumando una pipa.
Me acerqué y le pregunté, si estaría dispuesto a jugar una partida conmigo.
Inmediatamente estuvo conforme, colocamos las piezas en el tablero y sorteamos, a quién le tocaba empezar.
Por supuesto, el Viejo no sabía a quién tenía enfrente.
Rápidamente me di cuenta, que era uno de los más flojos adversarios de todo el café.
A pesar de todo, quiso evitar a toda costa perder.
Mejor dicho, mi contrincante encarnó un conflicto – pero también una sólida solución.
Su llave de patente para la contradicción entre ambición y capacidad deficiente la utilizó en aquellos momentos, cuando su adversario opinaba, que la partida estaba casi ganada.
El más débil reconoció la superioridad de su adversario.
Tuvo que sufrir el empeoramiento de su posición – hasta la derrota, que significó para él una insoportable pérdida de imagen.

Por esta razón, activó rápidamente el freno de emergencia en el sentido, de que comenzó a reflexionar durante cierto tiempo y más sobre su próxima jugada.
A lo más tardar, ésta se hizo esperar hasta 45 minutos y me dio la impresión, que aquel adversario poco a poco se había quedado dormido.
Lo consecuencia fue, que me vi precisado a plantearle una lógica reclamación a mi rival y le rogué moviera ficha a la mayor brevedad posible.

Todo esto me empezó a impacientar y quise conducir mi fuerte ataque hacia la merecida victoria.
Esta espera tan estéril me puso nervioso y con razón.
Lo que yo no esperaba era, que mi adversario reaccionara con una dignidad y distante incomprensión.
Tuve que escuchar por parte de él, que jugáremos sin reloj; además sin previo acuerdo establecido.
Todas mis intenciones de apelar al “fair-play” en este deporte y en las relaciones personales fueron totalmente inútiles.
Este cliente asiduo de aquel café no se dejó impresionar.

Ostentosamente llenó su pipa y pidió otro café con leche.
Quién está apremiado por el tiempo o tiene abejones en los pantalones, no debe nunca tocar las piezas del ajedrez.

Así que agoté mi paciencia y le dije:

 “¡Sí, Ud. tiene razón, mi posición ganadora perderá y Ud. es la única persona en este local, que entiende algo de   ajedrez.
  Además, solo es una cuestión de tiempo!”

Mi acentuada ironía no consiguió su meta y en el instante de expresar este último comentario, llegó la camarera y le trajo el café.

Por lo cual se subrayó, para quién era la ventaja “solo es una cuestión de tiempo”.

Tengo que confesar, que no me quedó otro remedio antes de explotar que rendir mi rey, acompañado de una burlona sonrisa por mi parte.
Me levanté y me marché. Pero “en passant” arrollé con mi manga las piezas del tablero.
Cayeron torres, alfiles y peones por doquier.
El ganador de la partida, muy sorprendido, enarcó sus cejas.

 ¡Qué mala educación!
Sorbió ruidosamente su café caliente y después se dirigió hacia el campo central de los amigos y jugadores de ajedrez.
Esperándole allí, modestamente el grupo le preguntó: “¿Quién ha ganado vuestra partida?”.

Con toda la calma del mundo contestó: “¡Yo, quién sino!”

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